miércoles, 5 de agosto de 2009

El pan de cada día

“LO REMATAN. Policía fue sorprendido por 4 sujetos mientras cenaba; desenfundó su arma, pero en el forcejeo cayó en una zanja, donde lo liquidaron. Se llevaron su arma.” Una foto de un hombre como de unos treintaisiete años de edad, con los ojos abiertos, cubierto hasta la cintura con una manta azul del estilo que recubren los asientos de los pacientes en el dentista, vestido con un traje gris y corbata color cobre, que recuerda la época de oro de las películas de ficheras, una botella de Coca Cola a un lado y un charco de sangre al otro es lo que se percibe desde un par de metros de distancia (tan grande es la imagen). Más de cerca, el rostro muestra el esfuerzo ya insuficiente por dar otro respiro de vida.
Los ojos de la gente no pueden evitar voltear a ver tan llamativa fotografía. Mi mirada quiere detenerse a analizar el espectáculo sangriento, mi mente me convence que el morbo es sólo de los no educados… “yo—me digo—sí lo soy”. La imagen, sin embargo, no la borro en mi camino a los andenes del metro. Recapitulo los hechos con tal precisión que podría haber sido testigo presencial. Por fin, un codazo de alguien apresurado me hace recordar que ya voy tarde, debo correr. Me subo al vagón escuchando música y pensando en las actividades del día y, al voltear la mirada hacia arriba, noto que el señor frente a mí tiene el mismo periódico. Esta vez yo sólo veo la contraportada, mientras el dueño del diario analiza (como era mi deseo "analfabeta" hace unos momentos) la escena del crimen con gran meticulosidad. Yo veo una mujer morena, con el cabello pintado de rubio, un mini bikini rosa metálico y labios hinchados… esta vez puedo quitar la mirada fácilmente, sin tener que recordar mi escolaridad.
Así todas las mañanas. El gráfico es, sin duda, el periódico más vendido entre los usuarios del transporte público. La oferta resulta muy atractiva: por tres pesos se lee la historia del suceso, se ve la foto del desaparecido y se pueden contar las gotas de sangre salpicadas en la lente de la cámara. Culpamos a los diarios amarillistas por su insensibilidad tan parecida a la de un ave de rapiña. Los ojos de los cadáveres todavía no extinguen la luz de vida, cuando la foto es tomada. Sin embargo, los lectores encuentran en la mezcla de sangre, realidad y tragedia un magnifico entretenimiento. No sé qué es el morbo que mueve a ver la desgracia ajena con asombro. ¿Nos enorgullece la compasión que podemos sentir? ¿Es el sentimiento de alivio por no ser nosotros o alguien cercano? ¿Es el miedo que sentimos por ver que las fatalidades pasan a gente de carne y hueso? ¿Nos gusta que nuestra imaginación vuele cuando pensamos en los familiares de la víctima, en los motivos, en el deseo de venganza o en el último día de vida?
El morbo vende bien siempre y cuando no seamos el objeto que lo causa. ¿A quién le gustaría que lo fotografiaran abrazando el cadáver ensangrentado de su padre? Acaso al mismo fotógrafo le gustaría ver en las manos de miles (no sé si millones) a su madre atropellada. ¡Qué alivio recibir el Reforma! Muestra de la educación y estándar social. Aquí no se verán fotografías de sangre, sólo se leerán historias bien detalladas de la forma en que murieron los niños en la guardería ABC. ¿Morbo? ¡Nahhh! Leer es de cultos… ¿O no?